Dicen que de los errores se aprende. En mi primer comentario cometí un error: que no lo hice. Sólo con haberlo hecho hubiera tenido 2 puntos más... y si hubiera destacado, 3. Pero lo hecho hecho está (o mejor dicho, lo que no está hecho...) Ayer también me demoré demasiado en hacer el comentario y gracias que conté con la "compasión" de Miguel y me lo ha puntuado, si no hubieran sido otros 2 puntos menos...
Bueno, una parte de la clase ha estado dedicada a la performance del burka, entrando más en el tema porque si todo sale bien, el martes que viene se llevará a cabo. Miguel nos leyó la Lengua Trapera que han realizado dos alumnos para ese día y pasamos a las adjudicaciones de los trabajos en la performance. Yo, junto con Antonio Astorga, seremos los cronistas de nuestra clase, apuntando en todo momento las vivencias de las mujeres a las que acompañamos y haciendo una reflexión final sobre la actividad. Después se eligieron los fotógrafos y las niñas pasaron a elegir qué dos chicos las acompañarían en su experiencia.
Y bueno... no quiero enrollarme más con el comentario de la clase en sí ya que este comentario debe ir dedicado a un nuevo relato corto. En este caso, de la anorexia. Así que sin más preámbulos, comenzaré la historia:
"Mi amiga es anoréxica"
Mi amiga Celia... mi amiga Celia era una persona feliz. Jugaba con nosotros en el patio del colegio... nos reíamos con ella... íbamos de excursión juntos... éramos un todo, y ella formaba parte de ese todo.
Celia se hizo mayor, al igual que todos nosotros, pero ella a su manera, y su manera fue la de romper con los cánones de belleza establecidos por la sociedad. Celia engordaba por momentos. Tenía 12 años, todavía era una mujer débil que se dejaba llevar por los demás, y los demás sólo hacían increparle y recordarle día a día su físico. Con 13 años, Celia llegó a tener un problema de salud. Si seguía ese ritmo, su esperanza de vida se acortaría por momentos. Pero Celia le plantó cara al asunto y empezó a adelgazar. Y adelgazó. Pero las tornas se cambiaron radicalmente. Cuando Celia llegó a las 14 años, Celia tenía claros síntomas de anorexia. Yo no quise dejar de lado el tema y hablé con ella. Su experiencia me resultaba aterradora y me sentía impotente al saber que poco podía hacer. Ya no era un problema de salud física, sino mental. Ella se veía gorda. Siempre, cada vez que se miraba al espejo o a cualquier objeto que reflejara su demacrado cuerpo, se echaba a llorar. ¿Cómo ha podido pasar esto? Sólo hacía preguntarme eso... la mente humana es un caos del que a veces somos presos, y Celia ahora mismo estaba presa.
Las enfermedades mentales son más dañinas para una persona que una enfermedad física, y Celia ahora mismo estaba sufriendo las consecuencias. ¿Y qué podíamos hacer nosotros? Estar con ella... no dejar que se ensimismara en su mundo. Hablarle, contar con ella, hacerla protagonista. Hacerla sentir que está viva y que hay gente que la quiere. Así es como se debe tratar a un enfermo mental. Es difícil y duro, porque un enfermo mental es alguien muy especial que requiere mucha paciencia.
No fue una tarea fácil, ya que Celia tuvo que medicarse fuertemente, a veces tomando calmantes porque le daban ataques de histeria. Nosotros no nos separamos de ella, pero ella sí que quería separarse de nosotros. Con la medicación y la ayuda de sus padres, Celia fue recuperando poco a poco su forma, pero la enfermedad le estaba dejando una huella en su cerebro que parecía no tener cura. Muchas veces se desmayaba, perdía el conocimiento de tanto esforzar su mente y, claro está, de su forma física, que aunque iba recuperándose todavía le quedaba mucho para tener un aspecto saludable.
No sólo la huella estaba en su mente, sino en todos los que la rodeábamos. Sus padres por supuesto, sufrieron mucho por ella. No sabían que hacer, el asunto se les escapaba de las manos y ni los psicólogos ni los endocrinos podían hacer más. Pero fueron fuertes, y con nuestra ayuda, la de sus amigos, pudieron salir adelante. Nosotros nos quedábamos con ella muchas tardes, aunque a veces ni lo sabía porque nos quedábamos en el salón y ella estaba encerrada en su cuarto.
Pasaron 4 meses y Celia presentaba un aspecto muy mejorado, sobre todo en su cara, la cual estaba demacrada hacía poco tiempo. Hoy, ella no recuerda algunas cosas de su anterior vida, porque todo hay que decirlo, Celia nació de nuevo. Pero nosotros no nos empeñamos en recordársela. Al contrario. Le explicábamos su estado de una manera más amena y menos trágica, porque a fin de cuentas, somos lo que queremos ser y creemos lo que queremos creer.
Y aquí termina mi relato de la anorexia (modificado), intentando hablar desde el punto de vista menos sentimental y centrándome más en la enfermedad que es. Sólo queda esperar a la próxima semana para ver si es lo que Miguel quería o no.
¡Hasta pronto!
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